Todos buscamos un rumbo, un destino. Caminamos en esa dirección, a
veces ataviados de valores, de ritos y símbolos que nos ayudan a
encontrar las señales que nos permiten avanzar. El trabajo que se
realiza en un taller masónico consiste en eso: nutrirse de
herramientas que permitan la construcción de un camino lleno de
sentido para nosotros mismos. Y mi trabajo, como fotógrafo, fue
interpretar ese conocimiento que cada uno de sus miembros busca y entrega.
El desafío era revelar lo que ocurre sin violentar las normas de
confidencialidad. Mostrar el quehacer cotidiano de una logia evitando
caer en personalizaciones y en la mera ilustración. El simbolismo en
masonería es clave: en eso consiste su modo de generar sabiduría.
Quien se enfrente a una imagen, la hace suya y la interpreta según su
propia historia y motivación. Mi rol fue el de un testigo presencial,
que no solo registró lo que vio sino que también lo que sintió.